Soy el dueño de las cimas, amo y señor del cielo, guardián de agujas y picos, donde tengo mi morada.
Decenas de escaladores me observan envidiosos admirando mi esplendor. Yo puedo volar, ellos no. Yo accedo con facilidad a donde ellos llegan después de horas de fatiga y miedos. Si, ellos me envidian, porque tengo un don mágico, porque soy rey y dios en las alturas y apenas me cuesta esfuerzo, porque mi casa está donde a ellos les gustaría estar siempre, casi para la eternidad más absoluta…en la pared… en los muros verticales de roca… en las más bellas catedrales de piedra del mundo natural.
Me envidian y quieren llegar donde yo llego, a las agujas imposibles. Quieren sentirse libres y flotar entre el cielo y la roca, para librarse de las ataduras del suelo, de la gravedad que allí impera, de la vida fácil y monótona. Asumen riesgos que para el resto de sus congéneres son inútiles e innecesarios, pero ellos se justifican en “la satisfacción de la conquista de lo inútil”, como escribiese Lionel Terray hace ya varias décadas.
No entra dentro de los instintos animales básicos de los que la naturaleza nos ha dotado a todas las especies. No. Pero el ser humano se ha ido creando instintos y necesidades propias, y una de ellas, entre otras muchas, es el placer de las cumbres, de la vertical. Desafían las leyes físicas, la gravedad. , pero no llegan a hacerlo del todo, ya que todo cuerpo que sube, tarde o temprano, acabará bajando. Esto es algo que ellos no pueden evitar. Los escaladores, después de subir, después de su lucha con la gravedad, deben iniciar el descenso, deben regresar a su mundo real, pues este de aquí arriba es el mío, son mis dominios, mi hogar, no el suyo. Aquí arriba, al final, sólo me quedo yo… observando.
No hay que ocultarlo, no hay por qué hacerlo, ya lo sabéis… algunos se quedan para siempre conmigo, algunos se matan. Es la ley de la montaña, de la vida. Aunque no todos lo comprendan, la naturaleza quiere ver sus tributos pagados y, a veces, sólo a veces, se vuelve cruel. No creáis que solamente sois vosotros los perjudicados, yo también lo sufro, lo he visto con anterioridad muchas veces. Es sólo cuestión de suerte, de que no te toque a ti en ese momento, sino que le toque a otro, a un “elegido”. No obstante, la inmensa mayoría sobrevive, los tributos son pequeños y muchas veces pueden evitarse, si hay suerte.
Ahora, he de decir que yo, rey del cielo, os envidio a vosotros escaladores. Porque yo vuelo sin dificultades y me poso donde vosotros llegáis con esfuerzo y dedicación, con nobleza y maestría. Para mi todo es fácil en este ballet vertical. A vosotros os cuesta sudor, y en ocasiones lágrimas, pero os superáis. Yo vivo aquí, este es mi mundo, el de las alturas. En ocasiones bajo hasta el valle del que procedéis, invirtiendo el camino que vosotros trazáis para llegar hasta mis cumbres.
Os envidio…porque os gusta. Os envidio… porque disfrutáis… porque os superáis. Os envidio… porque venís a visitarme con una sonrisa en los labios y queréis compartir conmigo las maravillas que yo veo todos los días.
Mi reino también os pertenece. Os lo cedo… para que gocéis. Os lo presto… para que sintáis aquello que yo no puedo comprender… la conquista de lo inútil.
Yo seguiré aquí, esperando vuestra visita, saludando desde el aire con mi vuelo sencillo y armonioso, perecedero entre las montañas inmortales, entre los contrafuertes de roca vertical, entre el cielo y la tierra. Aquí os espero… observando.
“La satisfacción de la conquista de lo inútil en una de las mejores cosas que tiene la escalada, y lo mejor de todo es que no se puede justificar”.
Escrito el 8 de julio de 2003