Una tarde de julio, en la que la pereza se apoderó de nosotros y no nos dejó escalar, dimos cerillazo al carbón de la barbacoa. Después de haber dado buena cuenta de la carne hecha sobre las brasas, vimos peligrar cualquier tipo de actividad, y en un contraataque contra esa pereza tenebrosa, acertamos a levantar nuestros culos de sus asientos y a pronunciar las palabras que nos harían fuertes ante la desidia: "vamos a dar un paseo por el bosque".
Y así fue como, en esa tarde de julio, pusimos rumbo a Hijedo, acertamos a mover un pie tras otro, comenzando a caminar... ¡Y vencimos!
Ante nuestros ojos, el viento mecía las ramas, movía las hojas. Nuestros oídos escuchaban el murmullo del arroyo, el caminar de nuestros pasos.
Nuestro tacto probó el sentir de la piedra, nuestro gusto el sabor del agua fresca, y nuestro olfato el paso de algún animal salvaje que se había revolcado entre la hojarasca.
Nuestros sentidos despertaron de su letargo, disfrutando de cada paso, de cada árbol, de cada brisa, de la calma del bosque y la compañía de los amigos que te acogen.
Nuestros sentidos despertaron esa tarde de julio jurando volver al bosque...
p.d.: a ver si saco un poco de tiempo y pongo las fotos y os cuento la vuelta al Curavacas que nos dimos Lara y yo el 23 y 24 de julio.
¡A cuidarse!