Perdóname padre, porque he pecado, de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Pérdoname padre, porque he pecado. He vuelto a la pared, si, a esa que nos está prohibida a los bulderianos. Esa en la que sufrimos y nos duele el cuello de mirar hacia arriba. Esa que me castiga con sus regletas ponzoñosas y sus minúsculos pies, esa que no perdona un movimiento de más o un paso en falso. La que provoca que me haga caquita cuando no me acuerdo de la secuencia correcta y la chapa está ya por debajo. La que no me deja tirar a lo bruto sin más para salir del paso. La que me rompe los dedos en vías ya hechas...
En fin, que volví a Ramales, al Eco, y mi cuerpo todavía lo nota. Seis vías de nada que espero sirvan para mucho. Poco a poco, como suelo decir, aunque me pido a mi mismo que sea sin interrupciones, si puede ser. Un día de reencuentro, con la escuela que vio mis orígenes en esto de subirse por las piedras, de reencuentro a pie de vía con los amigos de entonces, de siempre (que no es lo mismo verse entrenando que haciendo el cabra por ahí), y con las nuevas promesas, presente y, sobre todo futuro, en este mundillo (arriba el Yogur-team!!:cabrones apretadores, jejeje), con los que no había coincidido fuera del local. Un día tranquilo y soleado que volvió a despertarme las ganas de hacer un poco de todo, a ver cuanto duran. Y después de la roca, el café, que en palabras de Güllich "...también forma parte de la escalada". Por supuesto, en el "Marcos". Cafecito, revistuca desnivel para ojear y hojear un rato... como en los viejos tiempos. Ciertamente, un reencuentro agradable.
Perdóname padre, porque he pecado... y volveré a pecar...