RELATOTodo ocurrió muy rápido, con movimientos casi fugaces, en un periodo de tiempo efímero, pero suficiente para salir derrotado y caer en la arena, de espaldas, boca arriba. El fragor de la lucha había conseguido teñir de rojo la arena. El gladiador no había salido impune del enfrentamiento; su adversario había conseguido infligirle una herida por la que, ahora, brotaba el fluido rojo interior del atacante. La sangre se acumulaba en pequeñas gotas que saltaban al vacío para, posteriormente, estrellarse contra el suelo y mezclarse con los granos de arena que lo formaban. El gladiador esbozó una mueca de rabia y furia, más que de dolor, ante la presencia de la sangre que manaba de su cuerpo. Estaba solo, frente a su oponente, sin nadie alrededor para ayudarle en su lucha o tan siquiera para presenciar la escena. Sin testigos, no hacían falta. De froma limpia, como siempre. Sin argucias, sin trucos, sin engaños, ya que no conducían a nada. Había tomado una decision: todo acabarría pronto, en un sentido o en otro. Para bien o para mal, pero pronto. Mejor aún, ahora mismo, en caliente. ¿Por qué esperar más? Se limpió la herida lo mejor que pudo sin dejar de mirar a su presa y, sin perder tiempo, atacó de nuevo, con furia, pero esta vez con la mente despejada, sintiendo su movimientos. Sin pensarlo dos veces, pero realizándolos en su justa medida. Lanzaba sus estocadas con maestría, con fuerza. La victoria se vislumbraba, pero el enemigo era poderoso y consiguió zafarse de su acoso. Nuevamente, fue a parar con sus huesos en la arena, la cual se sacudió mientras se ponía en pie otra vez. La desesperación estaba a punto de apoderarse de él, jamás había tenido que lidiar con un oponente de resistencia semejante. Ya se lo habían advertido, y no hacía mucho. Se había acostumbrado a ganar de manera rápida y, en ocasiones, contundente, lo cual, sin duda, le estaba pasando factura en esos momentos. Pero no era tiempo para lamentaciones. Se quitó de nuevo la arena que se le había pegado y se limpió también la herida, que había vuelto a sangrar después del nuevo lance. Por unos instantes volvió a estudiar a su contrario, como hiciera al principio de la contienda. Observó sus puntos débiles y los fuertes, y resolvió que la mejor manera de vencerlo era como lo había estado intentando hasta ahora, pero con mayor decisión, con más ímpetu. Esta vez no podría resistirse, no lo volvería a tirar contra la arena. Ya tenía una herída y eran más que suficientes. Se acercó despacio, casi con timidez, vacilando, como si no estuviera seguro de lo que acababa de decidir, pero una vez estuvo lo suficientemente cerca actuó con presteza, sin piedad, afirmando cada movimiento y sin retroceder, sin pausa, pero controlándolo todo. Fue una lucha corta, pero intensa, sin fallos, lo que le había dado la victoria. Había superado su obstáculo más difícil hasta el momento. No sin esfuerzo, pero con cierta maestría, sin duda. Lo único negativo era su herida, que continuaba sangrando, pero eso ahora apenas tenía importancia. Había vencido, lo había conseguido cuando muchos sostenían que era un adversario demasiado difícil. El gladiador de la arena se dispuso a bajar del bloque que acababa de escalar en el sector Cuvier Rempart del bosque de Fontainebleau, para limpiarse la herida de su dedo en condiciones y continuar midiéndose con nuevos adversarios de arenisca.
Cosecha propia del año 2002
Foto: Santa Gadea