De forma apresurada el sábado por la noche me decido a hacer algo el domingo, aprovechando una supuesta mejoría de tiempo que dan a partir de la una o así. Jaime y Juanjo se apuntan sin pensarlo mucho. Nuestro "desafío extremo" será intentar subir al Coriscao, pues tengo ganas de estrenar las raquetas de nieve que los reyes majos me han regalado. Funciona esto de no hundirte mucho en la nieve, así que en la mayor parte de la subida tengo ventaja respecto a mis compañeros, aunque tampoco tienen que abrir mucha huella (salvo cuando Jaime se hundió hasta la cintura, jejeje). Vamos algo tarde porque se supone que por la mañana era cuando iba a estar peor la cosa. No hace excesivo frío, ni hay viento, pero la niebla va y viene y el cielo sigue cubierto. A mitad de recorrido nos cruzamos con un grupo de cuatro y algo más tarde con otros dos montañeros más. No vamos deprisa, pero sólo nos paramos para beber agua de vez en cuando, momentos que aprovechamos para hacer alguna foto, aunque el día no está para mucho. La ladera que hay que cruzar antes de llegar al último collado nos hace ralentizar la marcha pues es donde parece haber más nieve. Así, llegamos al pie de la última pala y la niebla se va cerrando más, aunque las marcas del paso de nuestros predecesores son evidentes.
Comenzamos a subir aceptando que este último esfuerzo será el más agotador, y así es. Además, la nieve se endurece más y más al ascender, hasta que nos aproximamos ya a la cresta superior y el escalón casi vertical que se suele formar. Metidos en la nube comenza a nevar muy suavemente. Ya sin las raquetas en los pies pateo la nieve para hacer peldaños y a unos tres metros de la parte superior la nieve ya es demasiado dura y no se deja malear para subir con seguridad (y menos bajar). Puesto que Jaime y Juanjo no cuentan con crampones, yo los había dejado en el coche, porque o subíamos todos o ninguno. Y así fue. Ninguno. Vencidos por escasos tres metros de nieve dura de mucha inclinación, pero no íbamos a arriesgarnos a un resbalón tonto. Así que vuelta para abajo, comida en el collado, y hacia San Glorio.
Mis compañeros se adelantan enseguida, pues me han empezado a doler las rodillas más de lo que había previsto, lo que me supondrá un suplicio durante toda la bajada. No nos reunimos hasta la mitad del descenso, donde me esperan, y después de beber del termo les doy las llaves del coche para que no me tengan que esperar. El tramo desde el collado de Llesba lo hago ya de noche con una linterna.
p.d.: el enigma del calcetín consiste en que al cambiarme las botas saco los calcetines secos, me pongo el primero dejando el otro ahí mismo, y cuando lo voy a echar mano después: desaparecío por arte de magia. Estuve un buen rato buscando por donde se podría haber caido (suelo del coche, debajo de este, bolsa de las botas, etc etc) y nada. Y al dejar a Jaime en casa y salir del coche... ahí está debajo de los pedales, donde antes no había nada.
Fin de la historia... hasta otra!!
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