¡Por fin el ansiado regreso! La vuelta a la actividad, el contacto con la naturaleza, el aire puro, el sol, los árboles, ... la roca y, desgraciadamente, las zarzas (parece que me ha atacado un tigre de Bengala).
El sábado no se podía, había que ayudar a la hermana de un servidor a hacer traslado y pintar una habitación del nuevo piso que la convierten a ella y a mi cuñado en propietarios. Pero el domingo, día marcado con una X bien grande en el calendario imaginario, sería por fin el día de volver a coger los gatos, el magnesio, colchones y demás bártulos. Como primera toma de contacto Lara, Jaime, Juanjo y un servidor nos dirigimos a los Collados del Asón, con una cascada bastante mermada por el estío. Una aproximación de unos 45 minutos nos conduce hasta la pequeña zona de bloque (900 metros aprox.) ubicada a mitad de camino hacia la Porra de la Colina (1448 metros), y desde donde se tienen unas magníficas vistas del polgé de Brenavinto, con sus prados bien verdes por la abundancia de agua, y de la vertiente opuesta, donde se escalonan franjas de pared vertical con laderas de inclinación extrema, a las cuales se agarran las hayas (Fagus silvatica).
El camino es sencillo; una pista cómoda sin excesiva inclinación, y el desnivel apenas es de 200 metros, pero la inactividad se deja notar, y también esos kilos que me alejan de mi mejor estado de forma. El sol brilla y calienta nuestra andadura, como si el verano se resistiera a ceder su sitio al otoño que, justamente el domingo, viene a relevarle. Así, con más pena que gloria, con los hombros quejándose de la tortura de la mochila y el crash-pad, llegamos a los bloques caídos a media ladera desde lo alto de las paredes. Una vez allí damos una vuelta entre el caos de piedras para satisfacer la curiosidad antes de la primera toma de contacto, cual jóvenes rebecos entre las peñas. Se escuchan voces en las cercanías. Pertenecen a quienes, madrugadores ellos, están de vuelta de la Porra de la Colina que, en pequeños e intermitentes grupos, no dejan de pasar a nuestro lado. Alguno hay, incluso, que se interesa por la inclinación de algún bloque en cuanto a materia de seguridad se refiere, pero no hay peligro alguno, pues el enorme bloque en cuestión está bien asentado. Así, le damos los primeros peques post fin de exámenes a un búlder, elegido por ser el más fácil de esta primera parada. Pero, a pesar de los intentos y la buena voluntad, el encadenamiento quedará para otra ocasión. Después, por eso de hacer algo, intenté probar la salida de otro búlder mucho más difícil, pero también se resistió. En fin, que dado que eran algo así como las cuatro de la tarde colocamos los colchones debidamente para el primer encadenamiento del día: EL BOCATA (absténganse de hacer burdos comentarios aquellos que yo me se). Después de comer y descansar un ratillo movimos el campamento hacia otro bloque cercano y con problemas mucho más asequibles, donde todos pudieramos disfrutar algo más. Estos bloques habían recibido alguna visita recientemente, pues tenían magnesio en sus presas. ¿Quizás ayer alguien tuviera la misma ocurrencia que nosotros? Allí por lo menos subimos a lo alto del bloque en varios búlder, lo que nos dejaba mejor sabor de boca a todos, aunque alguno pasase un poco de miedo saliendo. Lástima que la zona de caída sea mala, con piedras grandes donde es difícil proteger con el colchón con total seguridad. Por cierto, Jaime pudo estrenar sus gatos seminuevos regalo de Rafa un mes antes, y Juanjo siguió con la tortura de tener que ir dando de si esos "super ninja". Lara, por su parte, aprovechaba para recordar a sus brazos y manos lo que era subirse por las piedras.
Después, continuamos un poco más por el sendero para adentrarnos en un pequeño lugar de cuento, con árboles y bloques cubiertos por el musgo, el suelo tapizado con las hojas del hayedo que empieza a adquirir su tonalidad otoñal. Aquí ya no escalamos, porque no teníamos mucho tiempo, los bloques escalables son escasos y las caídas malas. De vuelta para casa mi rodilla tullida se comportó bién y no se quejó, aunque ya había tomado yo precauciones para ello. No obstante, cuando escribo estas líneas, la espalda se resiente con pequeñas agujetas que ni la mochila nueva que me regaló Lara han podido evitar.
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