El sábado pasado Jaime y yo, en lugar de ir a trepar, decidimos darnos una vuelta por el Monte Hijedo. Tan cercano de Santa Gadea y sin embargo todavía desconocido para mi, aún habiendo oido hablar con anterioridad de sus encantos. Cualquiera que tenga la oportunidad de darse una vuelta por aquí que no la desaproveche, porque su visita merece la pena.
Dejamos el coche en el párking que hay en la desviación hacia la Cabaña de Hijedo, una impresionante construcción en mitad del bosque que cuenta con espacio para la vivienda, pajar, capilla..., vamos, que lo de cabaña es por ponerle un nombre. Antes de llegar a ella nos adentramos un par de veces a uno y otro lado del camino dentro de la masa forestal, para disfrutar de la belleza de la formación boscosa y adentrarnos en lugares de cuento, con la hojarasca tapizando el suelo y las hojas comenzando a amarillear suavemente, marcando el comienzo del otoño. Encontramos rocas tapizadas por musgos, que debido a los días previos sin lluvia, no nos dejan ver su esponjosidad cuando se encuentran húmedos. Visitamos sin querer antiguos lugares donde existían colmenas de abejas en troncos de árbol huecos al abrigo de la roca. Y en ciertas zonas salimos arañados por los acebos que se juntan con las hayas y los robles, aunque el peor parado fue Jaime al ser atacado por una avispa que le atravesó el pantalón con su aguijón a la altura de la cadera. Mientras estamos metidos en la espesura podemos oir las voces de numerosas personas que también se han decidido a hacer una excursión por la zona. Se ven, además, numerosos signos de tala con la leña preparada para ser llevada por los lugareños para las chimeneas de sus casas con el objeto de pasar el invierno calentitos.
Poco después de pasar por la Cabaña de Hijedo hay una desviación de caminos donde un haya de buen porte hace de soporte para la marca del camino. Allí buscamos una zona escondida para dejar nuestra carga con la intención de volver a introducirnos por aquí y por allá en el interior del bosque en busca de bonitos parajes. Así, volvemos a encontrar numerosas zonas de antiguas colmenas que se pudren en el suelo sin uso, pero también algunas otras que se encuentran en pleno funcionamiento, por lo que nos limitamos a observarlas de lejos durante un rato para después volver sobre nuestros pasos. Nuestro periplo errante nos lleva a seguir un farrallón rocoso por su base, que se encuentra totalmente sumergido entre los árboles. En ocasiones avanzar se hace complicado por las zarzas, acebos y arbustos que tapizan el suelo, pero echándole imaginación o simplemente por las bravas conseguimos seguir avanzando. En un punto donde ya pensamos darnos la vuelta hay una placa de roca que nos permitiría subir, ya que no parece muy complicada, de hecho hasta Jaime sugiere subir por ahí. Así pues, manos a la obra y... "esto es más jodido de lo que esperaba". Poco a poco coloco los pies sobre algún pequeño canto o repisa y voy limpiando los siguientes emplazamientos para pies y manos. Hay que ir con cuidado, y después de unas adherencias para los pies y tener que estirame más de la cuenta para llegar hasta un sitio por el que poder alcanzar lo alto desaconsejo a Jaime que me siga. Yo no puedo bajar, pero él subir va a ser muy chungo, y el peor tramo para él ya está muy arriba (unos 5-6 metros). Lo intenta un poco y enseguida se da cuenta que no hay nada que hacer, así que a bajarse toca desde donde había llegado, pero... la cosa tampoco es sencilla desde allí, y al final tiene que dejar deslizarse placa abajo unos dos metros, ya que la irregularidad del terrreno no permite saltar sin más. Por tanto, el bueno de Jaime tuvo que deshacer el camino andado hasta ese punto y quedamos en encontrarnos al comienzo del farallón, teniendo que ir yo por la parte de arriba. Pero me entretuve yendo algo más por el borde pensando que tardaría menos que él en volver y, así, encontrando vistas bonitas y fotos que sacar me quedé un rato. ¿Y por qué será que cuando encuentras algo digno de sacarle una buena foto la cámara dice no? Ya me venía avisando durante el periplo, y yo había "racionado" su uso, pero al final murió en el peor momento. Algo cabreado por no haber tomado la precaución de cargar la batería el día anterior decido volver. Voy pensando en la fauna de ese lugar, más concretamente en los osos que antiguamente habitaban este mismo bosque y que hoy ya no caminan por aquí, cuando de repente escucho un ruido de algo que se mueve entre la maleza. Es de estas situaciones en las que dices: "no puede ser", y acto seguido aparece mi compadre detrás de un arbusto con cara de maldecir tanta vegetación baja. Ha sido un segundo, pero en un momento piensas de todo. ¡Coño con la sugestión! Tomamos fotos con la cámara de Jaime y volvemos a por las cosas que con la tontería el estómago tiene hambre. Más tarde, después de un breve descanso seguiremos por el camino de la derecha en la desviación del haya que marca 2,4 km hasta "arroyo Hijedo". Por el camino podemos disfrutar de numerosos tejos que crecen encima de algún bloque de arenisca dentro del bosque cubierto por el musgo, ofreciendo una estampa de cuento de hadas. Saltamos un hormiguero grande cuyas inquilinas tienen el tamaño de un camión de 12 metros. Continuamos por el camino descendente hasta llegar a una señalización de direcciones y tomamos el camino para volver cerrando el circuito. ¡Sin duda, se trata de un sitio para volver! Y este mismo sábado tengo que hacerlo para ayudar a Rafa a llevar leña, no nos vaya a coger frío (precisamente acabo de hablar con él para confirmar, jejeje).
1 comentario:
Preciosa descripción de vuestro "paseo" por el Hijedo, uno de mis favoritos entornos naturales en Cantabria. Enhorabuena.
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