Me pregunto si no seremos unos extraños en nuestra propia tierra o si ésta no será una extraña para nosotros mismos. Estos días me he dado cuenta de que desconozco mucho más de lo que conozco de mi región. Cuando visitamos una zona y estamos en un sitio concreto, nos contentamos pensando que ya hemos estado en ese lugar, extrapolandolo a todo el conjunto, olvidándonos del resto. Muchas veces recalamos en el lugar más conocido, puede que el más pintoresco, obviando que cada rincón, cada valle, cada ladera, cada río o regato, cada bosque o árbol, cada bloque o pared, y cada pueblo, aldea o casa, nos ofrecerán un mundo por descubrir, si deseamos hacerlo. No tenemos más que saber enfocar nuestra mirada y despreciar el tiempo, con sus malditas prisas. No hay más que desear conocer para descubrir aquello que tenemos delante y que, muchas veces, no vemos, porque estamos cegados por las modas, lo "normal" y la rutina. No hace falta irse muy lejos de donde uno vive para encontrar algo que nos sorprenda, pero lo que si tenemos que hacer es tener la voluntad de querer descubrirlo y saber enfocar esa mirada, para ver más allá de lo que nosotros mismos no hemos permitido, simplemente por el hecho de ahorrarnos complicaciones. Cuando disfrutes de la sola visión de una piedra húmeda en el camino o de las hojas caídas del árbol que tapan esa misma piedra o del humo de una chimenea sobre los tejados rojizos de un pueblo, sabrás de lo que te hablo.
martes, 9 de diciembre de 2008
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