martes, 28 de julio de 2009

Curavacas-Valle de Pineda



El Curavacas (2525 mts) es una mole de conglomerado que se eleva hacia el norte 1200 metros por encima del pueblo palentino de Vidrieros. Junto con el Espigüete forma parte de una hermandad multirracial, uno pardo-verdoso, por el líquen que cubre el conglomerado, y el otro blanco-grisáceo por ser una montaña caliza.
Cada uno de los dos es un pequeño submacizo dentro de la Montaña Palentina, y su ascenso permite disfrutar de amplias vistas hacia la Cordillera Cantábrica leonesa, asturiana, palentina y cántabra, así como de los Picos de Europa, al norte, y de la meseta castellano-leonesa al sur. Nos encontramos en la cabecera del río Carrión, que da nombre al parque natural que protege estas montañas, guarida del oso pardo. Desde lo alto del Curavacas podemos apreciar las huellas del glacirismo de tiempos pasados. El amplio valle que envuelve practicamente toda la montaña por el norte, este y sur, es el resultado de la erosión de los hielos que bajaban desde los circos glaciares ubicados en las zonas altas de las montañas de los alrededores. En el Valle de Pineda se pueden ver bloques arrastrados por ese hielo, abandonados después por el retroceso de la lengua glaciar. En las cabeceras de los circos, allí donde los hielos excavaron en la roca formando cubetas, quedan también resto de este glaciarismo; son los lagos glaciares de circo, como el Pozo Curavacas, en la cara norte de esta montaña, o la laguna que se encuentra al sur de Peña Prieta.
Hoy ya no existen estos glaciares de montaña, pero algunos neveros resisten hasta bien entrado el verano, recordándonos encierta manera tiempos remotos de frío y de hielo.

Lara y yo ascendimos al techo de Palencia el sábado, como primera parte de nuestro itinerario por la zona. Tuvimos suerte con el tiempo, pues a pesar de gozar de un día totalmente despejado, el calor no apretó en exceso. Accedimos a la cumbre por la denominada vía del Callejo Grande (la ruta normal), y Lara pudo ir disfrutando de la subida a una cumbre con un desnivel de más de


1000 metros, con pedreras y pequeños tramos en los que hay que ayudarse con las manos. Mientras subíamos nos cruzábamos con otros montañeros que ya bajaban de la cima, al haber sido más madrugadores. En el Callejo Grande nos cruzamos con un grupo bastante numeroso de unas 15 personas más o menos. Llegamos a una cumbre solitaria, abandonada ya por todos sus vsitantes anteriores, lo que nos permitió disfrutar más del entorno, aunque un rato después llegaron otros tres caminantes a hacernos compañía.




Y si en casa una tortilla de patata bien hecha sabe a gloria, allí arriba es como degustar un pedacito del cielo de los ángeles....

Nos lo tomamos con calma y comenzamos a descender después de que nuestros acompañantes cimeros se hubieran ido. Después de descender el tramo superior, que es el que más complicaciones tiene y donde hay que estar más atentos a no resbalar y no tirar piedras, Lara, que se había adelantado algo vió un rebeco cruzar por debajo nuestro hacia la derecha. Nos paramos para intentar sacarle unas fotos, y al final lo conseguimos, no sin tener que desviarnos un poco de la bajada.






Como los refugios de la zona estaban petados de gente, allí dejamos en Triollo a miembros del Club Peña Cuadrada de Igollo inspeccionando un posible "refugio-parada de bus" nos fuimos a dormir a las Tuerces, donde hicimos una breve visita a Pablo, Javi y Alex, que andaban blocando.
Al día siguiente rumbo a Vidrieros otra vez y camino de Pineda, aunque como empezamos tarde no nos daría tiempo a llegar al Pozo Curavacas, como era la idea original. Nos conformamos con comer en el refugio de la Vega de Santa Marina, después de unas 2 horas de caminata por la pista de desnivel escaso.
Después de comer avanzamos un poco más pero pronto nos dimos la vuelta para poder parar un rato a mitad de camino a darnos un bañito reparador en el Carrión.


El finde que viene toca blocar un poco, a ver si puedo hacer una visitilla a Rafa para que me enseñe esos nuevos bloques...





jueves, 23 de julio de 2009

Entre Gama y las Tuerces; un poco de todo

Este último fin de semana hicimos un poquillo de todo. Aparecí por Gama siglos después con eso que llaman cuerda y arnés. Completaron el equipo Andrés y Jaime, que se batieron con nobleza en las vías -algunos quintos y sextos- que les iba poniendo hasta llegar a la extenuación, hasta que el ácido láctico no pudo llenar más sus antebrazos hinchados. Apretó el sol y secó nuestras gargantas dejándonos sedientos al finalizar el día. Yo me llevé para casa la ilusión de un par de 6b`s, en concreto uno en el que tuve que esforzarme más psicológica que físicamente, ya que una vez pasado la medio placa-diedro-fisura de la primera mitad pensaba -iluso de mi- que ya habrían acabado las complicaciones, pero me encontré con una sección donde tuve que hilar fino para no caer, y esforzarme mentalmente para no colgarme de la última chapa cuando ya cerca de la cadena no veía la secuencia. Pero hice caso a los consejos de Arno Ilgner en su libro "Los guerreros de la roca" y cambié los pensamientos debilitadores tipo; me quiero colgar, me voy a caer, etc, e intenté relajarme, forzar un poco más la espera y desubrir una secuencia que me permitiera salir airoso del lance y llegar a la cadena. Así que imaginación y técnica (aunque la mía sea escasa) al poder, un pie mano a la altura de la cadera para equilibrar y "vualá". Creo que esa misma vía ya la había hecho hace una pila de años, pero no me acordaba de nada. Después de comer otro escalador se metió en la vía y pude ver como se petaba arriba del todo teniendo que colgarse al intentar ir demasiado directo. Si yo hubiera hecho eso me hubiera caído seguro. Su compañero me confirmó en grado de 6b del croquis, que era lo que me parecío la vía, me quedé también contento por haber "atinado" con la graduación.
El domingo, al final nos decidimos a pasar por las Tuerces en plan relax (salir y escalar al día siguiente no es buena opción siempre) y Lara, Jaime y yo nos paramos en una ola de roca cerca del Caliz, en la que nunca habíamos hecho nada. Hicimos algunos bloques, aunque no muchos porque llegamos tarde. Ellos se llevaron un V+ o así bastante chulo y con altura, y yo me pegué con un 6c, que me dejó encadenarlo en el 5º intento, que ya era el pegue de la desesperación. Así, entre bufidos llegué a las presas salvadoras sin apenas creerlo, y acabé subiendo el trozo que quedaba disfrutando como un niño por los cazos de salida. Qué subidón!!!! Después de eso al Valentín y pa casa.
p.d.: no llevé cámara así que no tengo fotos, pero cuando me las pase Jaime ya pondré alguna.

viernes, 17 de julio de 2009

Tanteando Picos...

Sabes de esa idea que te ronda por la cabeza a cada rato, la que parece que espera que bajes la guardia para aparecer en tu mente, la que te hace curiosear entre libros y mapas una y otra vez hasta que las hojas quitan la apariencia de nuevas, hasta que tienes que doblar el mapa con delicadeza extrema para no machacarlo más. Si, esa, esa misma, ¿te suena verdad? ¡Pues, esa idea, vino a mi!
Intentar "descubrir" sitios nuevos siempre es gratificante, cambiar de vez en cuando de actividad oxigena la mente, y poder hacer ambas cosas al tiempo es un privilegio que todos nos podemos permitir, aunque a veces nos "cueste". La entrada de este post llega un poco más tarrde de lo que debería, pero que más da. Hace poco que se me han terminado la vacaciones, una semanita en Benidorm (si si, leeis bien) disfrutando con Lara del solete, la playa, bucear un poco, el aquapark, los pueblos de Alicante..., que me ha sentado de vicio. Y quedaba otra semanita, y la idea de acercarse a Picos. Al final, las circunstancias de unos y de otros y el tiempo condicionaron la actividad reduciéndola a dos días (uno en sentido estricto en mi caso), pero volviendo la vista atrás, benditos días, que han valido para romper un poco el hielo y comenzar a desgajarlo poco a poco siempres que surja la oportuniad.
Así, Andrés, Pablo, Jaime y yo nos acercamos a Poncebos el día 7 y seguimos camino hacia Sotres, donde poco antes de llegar al pueblo partimos hacia Pandébano rumbo a coronar Peña Castil (2444 mts). Nos esperaban unos 1600 metros de desnivel y aproximadamente 8 horas de actividad. Un reto para mi después de tanto tiempo sin hacer nada de semejantes características. Piano piano, a ritmo suave pero constante vamos entrando en calor atajando por el sendero que acorta las curvas de hormigón de la pista que va hacia el collado. Ha llovido y sigue amenazando con hacerlo. Nos mojamos las perneras, pero estamos felices de poder estar ahí. De Pandébano nos desviamos hacia la izquierda (Este) para adentrarnos en la Canal de las Moñas, justo antes de las primeras cabañas de La Terenosa.
Empiezan 600 metros de desnivel más empinados, y aquí cada uno lleva el ritmo que le aconsejan las piernas -a mi me dicen: "un poco más despacio que estos, por favor"-. Alcanzamos la parte superior de la canal, donde se esconde la Majada de las Moñas, salpicada de pequeñas y antiguas cabañas de piedra para el ganado.


Al llegar aquí ya llebamos un buen rato formando parte de la nube, lo cual, al continuar camino después de un descanso y una ojeada al mapa, nos traerá alguna complicación que pudimos solventar. Lo complicado en si era orientarse, ya que el sendero y los hitos eran difíciles de encontrar con esa niebla, así que al poco rato hubo que volver a echar mano al mapa, pero esta vez acompañado de la brújula. En un pis pas trazamos la línea imaginaria que nos dejara en la Horcada de Camburero y la seguimos, encontrando algún hito muy de vez en cuando, por lo que decidimos construirnos un plan B en caso de que la cosa se ponga chunga: construir hitos cada poco, para poder ver de uno a otro en caso de retirada forzada. En estos menesteres encontramos más y más zonas señalizadas con pequeñas montañas de piedras, los que nos da idea de ir por el buen camino. No obstante, el tiempo que perdemos en este tramo es considerable.
Comemos en la brecha que da acceso a la Horcada de Camburero. Después de reponer fuerzas, ya en la horcada sin conocer el terreno tenemos que tomar la decisión de intentar subir a la cumbre o bajarnos directamente por la Canal de Fresnedal, a nuestros pies. El consenso llega sin mucho esfuerzo y decidimos ir subiendo con cuidado de no perder el camino, lo cual para nuestra sorpresa no es problema alguno. Ascendemos cada uno a su ritmo, y así se forman dos cordadas: Andrés y Jaime, más fuertes, y Pablo y Yo, que nos lo tenemos que tomar con más cautela. Sumergidos en la niebla tenemos la sensación de no poder alcanzar nunca la ansiada cima.
Zig zag tras zig zag todavía queda más camino, hasta que de pronto... girones de nube juegan con el azul del cielo sobre nuestras cabezas y... a nuestra derecha, totalmente por sorpresa, aparece el Picu, la cara Este... y desaparece de nuevo. Una pequeña recompensa a nuestro esfuerzo, un pequeño aliento para seguir subiendo. Y así, poco a poco, el techo de nube va desapareciendo y arriba todo es azul.
Un tramo más y ya estamos arriba. Un mar de nubes algodonosas recubre casi la totalidad de lo que podemos observar, y agujereándolo los picos más elevados emergen a nuestros ojos. ¡Ha merecido la pena intentarlo! Nos hicimos a la idea de una ruta sin vistas más allá de 50-100 metros de distancia como mucho, y menuda gozada...












Nos entretuvimos allí arriba más de la cuenta, ¡pero quien querría irse de allí! Al final para abajo, en lo que sería un tortuoso descenso para mí, con una interminable y pindia Canal de Fresnedal, que acabó con mi paciencia a la par que con mis rodillas. Para cuando llegamos a las Vegas del Toro ya había tenía claro hace bastante que la ruta del día siguiente ya había terminado para mi antes de empezar.


Una cena en Poncebos bautizada con una botellita de tinto, que pasó de mano en mano y que supo a gloria, nos dejó listos para meternos al saco y decir hasta mañana a un Cares que no veíamos, pero cuyo rumor si podíamos oir bien.
Al día siguiente dejé a mis tres compañeros rumbo al Samelar y al Sagrado Corazon, mientras yo me dedicaba a dar vueltas y echarme la siesta tranquilamente cerca del Jito de Escarandi, en compañía de las vacas que por allí pacían, hasta que la niebla bajó tanto como para mojarme, y tuve que esperar el retorno de los tres compadres en el coche, con retraso y preocupación incluidos, pero todo con final feliz.
¡Hasta más ver!