El Curavacas (2525 mts) es una mole de conglomerado que se eleva hacia el norte 1200 metros por encima del pueblo palentino de Vidrieros. Junto con el Espigüete forma parte de una hermandad multirracial, uno pardo-verdoso, por el líquen que cubre el conglomerado, y el otro blanco-grisáceo por ser una montaña caliza.
Cada uno de los dos es un pequeño submacizo dentro de la Montaña Palentina, y su ascenso permite disfrutar de amplias vistas hacia la Cordillera Cantábrica leonesa, asturiana, palentina y cántabra, así como de los Picos de Europa, al norte, y de la meseta castellano-leonesa al sur. Nos encontramos en la cabecera del río Carrión, que da nombre al parque natural que protege estas montañas, guarida del oso pardo. Desde lo alto del Curavacas podemos apreciar las huellas del glacirismo de tiempos pasados. El amplio valle que envuelve practicamente toda la montaña por el norte, este y sur, es el resultado de la erosión de los hielos que bajaban desde los circos glaciares ubicados en las zonas altas de las montañas de los alrededores. En el Valle de Pineda se pueden ver bloques arrastrados por ese hielo, abandonados después por el retroceso de la lengua glaciar. En las cabeceras de los circos, allí donde los hielos excavaron en la roca formando cubetas, quedan también resto de este glaciarismo; son los lagos glaciares de circo, como el Pozo Curavacas, en la cara norte de esta montaña, o la laguna que se encuentra al sur de Peña Prieta.
Hoy ya no existen estos glaciares de montaña, pero algunos neveros resisten hasta bien entrado el verano, recordándonos encierta manera tiempos remotos de frío y de hielo.
Lara y yo ascendimos al techo de Palencia el sábado, como primera parte de nuestro itinerario por la zona. Tuvimos suerte con el tiempo, pues a pesar de gozar de un día totalmente despejado, el calor no apretó en exceso. Accedimos a la cumbre por la denominada vía del Callejo Grande (la ruta normal), y Lara pudo ir disfrutando de la subida a una cumbre con un desnivel de más de
1000 metros, con pedreras y pequeños tramos en los que hay que ayudarse con las manos. Mientras subíamos nos cruzábamos con otros montañeros que ya bajaban de la cima, al haber sido más madrugadores. En el Callejo Grande nos cruzamos con un grupo bastante numeroso de unas 15 personas más o menos. Llegamos a una cumbre solitaria, abandonada ya por todos sus vsitantes anteriores, lo que nos permitió disfrutar más del entorno, aunque un rato después llegaron otros tres caminantes a hacernos compañía.
Y si en casa una tortilla de patata bien hecha sabe a gloria, allí arriba es como degustar un pedacito del cielo de los ángeles....
Nos lo tomamos con calma y comenzamos a descender después de que nuestros acompañantes cimeros se hubieran ido. Después de descender el tramo superior, que es el que más complicaciones tiene y donde hay que estar más atentos a no resbalar y no tirar piedras, Lara, que se había adelantado algo vió un rebeco cruzar por debajo nuestro hacia la derecha. Nos paramos para intentar sacarle unas fotos, y al final lo conseguimos, no sin tener que desviarnos un poco de la bajada.
Como los refugios de la zona estaban petados de gente, allí dejamos en Triollo a miembros del Club Peña Cuadrada de Igollo inspeccionando un posible "refugio-parada de bus" nos fuimos a dormir a las Tuerces, donde hicimos una breve visita a Pablo, Javi y Alex, que andaban blocando.
Al día siguiente rumbo a Vidrieros otra vez y camino de Pineda, aunque como empezamos tarde no nos daría tiempo a llegar al Pozo Curavacas, como era la idea original. Nos conformamos con comer en el refugio de la Vega de Santa Marina, después de unas 2 horas de caminata por la pista de desnivel escaso.
Después de comer avanzamos un poco más pero pronto nos dimos la vuelta para poder parar un rato a mitad de camino a darnos un bañito reparador en el Carrión.