viernes, 17 de julio de 2009

Tanteando Picos...

Sabes de esa idea que te ronda por la cabeza a cada rato, la que parece que espera que bajes la guardia para aparecer en tu mente, la que te hace curiosear entre libros y mapas una y otra vez hasta que las hojas quitan la apariencia de nuevas, hasta que tienes que doblar el mapa con delicadeza extrema para no machacarlo más. Si, esa, esa misma, ¿te suena verdad? ¡Pues, esa idea, vino a mi!
Intentar "descubrir" sitios nuevos siempre es gratificante, cambiar de vez en cuando de actividad oxigena la mente, y poder hacer ambas cosas al tiempo es un privilegio que todos nos podemos permitir, aunque a veces nos "cueste". La entrada de este post llega un poco más tarrde de lo que debería, pero que más da. Hace poco que se me han terminado la vacaciones, una semanita en Benidorm (si si, leeis bien) disfrutando con Lara del solete, la playa, bucear un poco, el aquapark, los pueblos de Alicante..., que me ha sentado de vicio. Y quedaba otra semanita, y la idea de acercarse a Picos. Al final, las circunstancias de unos y de otros y el tiempo condicionaron la actividad reduciéndola a dos días (uno en sentido estricto en mi caso), pero volviendo la vista atrás, benditos días, que han valido para romper un poco el hielo y comenzar a desgajarlo poco a poco siempres que surja la oportuniad.
Así, Andrés, Pablo, Jaime y yo nos acercamos a Poncebos el día 7 y seguimos camino hacia Sotres, donde poco antes de llegar al pueblo partimos hacia Pandébano rumbo a coronar Peña Castil (2444 mts). Nos esperaban unos 1600 metros de desnivel y aproximadamente 8 horas de actividad. Un reto para mi después de tanto tiempo sin hacer nada de semejantes características. Piano piano, a ritmo suave pero constante vamos entrando en calor atajando por el sendero que acorta las curvas de hormigón de la pista que va hacia el collado. Ha llovido y sigue amenazando con hacerlo. Nos mojamos las perneras, pero estamos felices de poder estar ahí. De Pandébano nos desviamos hacia la izquierda (Este) para adentrarnos en la Canal de las Moñas, justo antes de las primeras cabañas de La Terenosa.
Empiezan 600 metros de desnivel más empinados, y aquí cada uno lleva el ritmo que le aconsejan las piernas -a mi me dicen: "un poco más despacio que estos, por favor"-. Alcanzamos la parte superior de la canal, donde se esconde la Majada de las Moñas, salpicada de pequeñas y antiguas cabañas de piedra para el ganado.


Al llegar aquí ya llebamos un buen rato formando parte de la nube, lo cual, al continuar camino después de un descanso y una ojeada al mapa, nos traerá alguna complicación que pudimos solventar. Lo complicado en si era orientarse, ya que el sendero y los hitos eran difíciles de encontrar con esa niebla, así que al poco rato hubo que volver a echar mano al mapa, pero esta vez acompañado de la brújula. En un pis pas trazamos la línea imaginaria que nos dejara en la Horcada de Camburero y la seguimos, encontrando algún hito muy de vez en cuando, por lo que decidimos construirnos un plan B en caso de que la cosa se ponga chunga: construir hitos cada poco, para poder ver de uno a otro en caso de retirada forzada. En estos menesteres encontramos más y más zonas señalizadas con pequeñas montañas de piedras, los que nos da idea de ir por el buen camino. No obstante, el tiempo que perdemos en este tramo es considerable.
Comemos en la brecha que da acceso a la Horcada de Camburero. Después de reponer fuerzas, ya en la horcada sin conocer el terreno tenemos que tomar la decisión de intentar subir a la cumbre o bajarnos directamente por la Canal de Fresnedal, a nuestros pies. El consenso llega sin mucho esfuerzo y decidimos ir subiendo con cuidado de no perder el camino, lo cual para nuestra sorpresa no es problema alguno. Ascendemos cada uno a su ritmo, y así se forman dos cordadas: Andrés y Jaime, más fuertes, y Pablo y Yo, que nos lo tenemos que tomar con más cautela. Sumergidos en la niebla tenemos la sensación de no poder alcanzar nunca la ansiada cima.
Zig zag tras zig zag todavía queda más camino, hasta que de pronto... girones de nube juegan con el azul del cielo sobre nuestras cabezas y... a nuestra derecha, totalmente por sorpresa, aparece el Picu, la cara Este... y desaparece de nuevo. Una pequeña recompensa a nuestro esfuerzo, un pequeño aliento para seguir subiendo. Y así, poco a poco, el techo de nube va desapareciendo y arriba todo es azul.
Un tramo más y ya estamos arriba. Un mar de nubes algodonosas recubre casi la totalidad de lo que podemos observar, y agujereándolo los picos más elevados emergen a nuestros ojos. ¡Ha merecido la pena intentarlo! Nos hicimos a la idea de una ruta sin vistas más allá de 50-100 metros de distancia como mucho, y menuda gozada...












Nos entretuvimos allí arriba más de la cuenta, ¡pero quien querría irse de allí! Al final para abajo, en lo que sería un tortuoso descenso para mí, con una interminable y pindia Canal de Fresnedal, que acabó con mi paciencia a la par que con mis rodillas. Para cuando llegamos a las Vegas del Toro ya había tenía claro hace bastante que la ruta del día siguiente ya había terminado para mi antes de empezar.


Una cena en Poncebos bautizada con una botellita de tinto, que pasó de mano en mano y que supo a gloria, nos dejó listos para meternos al saco y decir hasta mañana a un Cares que no veíamos, pero cuyo rumor si podíamos oir bien.
Al día siguiente dejé a mis tres compañeros rumbo al Samelar y al Sagrado Corazon, mientras yo me dedicaba a dar vueltas y echarme la siesta tranquilamente cerca del Jito de Escarandi, en compañía de las vacas que por allí pacían, hasta que la niebla bajó tanto como para mojarme, y tuve que esperar el retorno de los tres compadres en el coche, con retraso y preocupación incluidos, pero todo con final feliz.
¡Hasta más ver!

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