¡Por fin un fin de semana bueno! Los planes entre semana eran escalar en algún sitio, ¿cuerda, bloque? No sabía. El jueves pasado hablando con Alex en el local no sabía que hacer todavía. Si quería hacer cuerda el iba a algún sitio fijo, no tenía más que llamar. Si era bloque, la opción también era clara, pero... Gadea debía estar mal aún, y no se por qué, tampoco me hacía tilín esa idea. Sin embargo, ahí estaban los montes repletos de nieve pidiendo a gritos una visita y, ahí también estaban mis crampones, esperando en el fondo del armario, aburridos del poco uso (por no decir casi nulo). En el curro pregunté a Nando que planes tenía para el finde, por curiosidad. Peña Castil era su objetivo, a tirar de crampón. Ahí se me fueron despejado las dudas y me entraron las ganas de imitarle, aunque para mi tenía que elegir otro lugar mucho más asequible física y tecnicamente. Por el hecho de no poder contar con un compañero -no encontraría a quien liar para algo así, pues los habituales no tienen equipo, y en parte, porque me apetecía ir sólo, a mi aire-. No obstante, no me acabé de decidir del todo hasta llegar a casa el viernes a las 12 y pico de la noche. Busqué el piolet hasta que revolví el trastero entero y apareció encima de una estantería, preparé todo lo necesario y puse el despertador prontito (para mi) por eso de pillar la nieve todavía dura.
Así, el sábado para el Valdecebollas me dirigí, a ver que pasaba. La idea era la ruta normal; dejar el coche en el refugio del Golobar, subir hasta el collado Sestil y de aquí a la cumbre. Recorrido fácil y corto. Pero la carretera hasta el refugio no estaba abierta, y sólo se podía llegar hasta el refugio de La Collada, así que tocaba cambiar algo los planes, y en lugar de acompañar a toda la marabunta de gente que salía del parking rumbo oeste por la carretera cubierta por la nieve, decidí coger la primera cuesta hacia el norte y subir la ladera, para coronar la cresta de la Sierra de Hijar, para después seguir, también rumbo oeste hacia el collado, donde enlazaría con la anterior ruta. Así me puse los crampones rápido, ya que la nieve estaba durita en esa primera cuesta, y comencé a subir poco a poco, disfrutando de cada paso en el ascenso, recuperando sensaciones que hacía mucho tenía olvidadas. Ascendía, me paraba, hacía fotos, observaba a mi alrededor... ¡¡disfrutaba!! Esta variante de la ruta, además, me permitía acceder a mejores vistas desde el principio del camino, ya que cuanta más altura ganaba, mejor perspectiva tenía del entorno, y en lo alto de la cresta veía las montañas de Alto Campoó y todo el valle hacia Reinosa, además de toda la meseta, y hasta la Sierra de la Demanda que aparecía a lo lejos al este. Aunque con alguna nube que la tapaba, también podía divisar el Castro Valnera y las cimas de su alrededor. Casi arriba del todo de la cresta vi a tres personas que me antecedían, y que fueron todo el trayecto a cierta distancia por delante, sin que pudiera darles alcance, aunque tampoco era mi objetivo, y mis numerosas paradas para descansar y echar fotos no lo hicieron posible. Esta variante me llevó más tiempo del que sería el recorrido normal, pero mereció la pena, ya que siempre es bonito descubrir rincones nuevos y caminar por terreno desconocido, aunque sólo sea en parte. Había tramos totalmente helados, y otros donde había que esquivar piedras que asomaban del suelo. Así, fui subiendo cada pequeña elevación del cordal que me llevaba al collado, para poder tener las mejores vistas, y cuando enlacé con la ruta normal, me desvié hacia el sur para ascender una pequeña cima al este de la principal, en vez de tomar el camino directo. La nieve estaba bastante dura, aunque el repecho era corto. Arriba el viento pegaba más que en el resto del camino, dejando sentir bastante el frío. De aquí bajé hasta el collado situado justo al pie del último repecho hacia la cumbre. Cuando llegué arriba del todo no había nadie, pues a todos los que me precedieron me los crucé de vuelta mientras yo subía todavía. Eso me dejó tiempo para saborear mejor las vistas, aunque al cabo de un rato llegó un pequeño grupo de gente, pero a mí ya no me importaba. Después de un pequeño vistazo al mapa y darle matarile al turrón de chocolate inicié el camino de regreso por el recorrido normal, siguiendo el rastro de todos aquellos que se habían asomado por aquella montaña ese día. Espero que los dos chavales que me encontré en el regreso y que subían sin crampones no hayan tenido que buscarles en el Carrión, como uno de ellos decía. El camino de regreso desde El Golobar hasta el coche se me hizo más largo de los que esperaba, en parte por las rozaduras de las botas, que se habían convertido a esas alturas en heridas dolorosas por estar deshabituado a ellas.
En fin serafín, que cambié la roca por la nieve y el hielo, y mereció la pena.
Así, el sábado para el Valdecebollas me dirigí, a ver que pasaba. La idea era la ruta normal; dejar el coche en el refugio del Golobar, subir hasta el collado Sestil y de aquí a la cumbre. Recorrido fácil y corto. Pero la carretera hasta el refugio no estaba abierta, y sólo se podía llegar hasta el refugio de La Collada, así que tocaba cambiar algo los planes, y en lugar de acompañar a toda la marabunta de gente que salía del parking rumbo oeste por la carretera cubierta por la nieve, decidí coger la primera cuesta hacia el norte y subir la ladera, para coronar la cresta de la Sierra de Hijar, para después seguir, también rumbo oeste hacia el collado, donde enlazaría con la anterior ruta. Así me puse los crampones rápido, ya que la nieve estaba durita en esa primera cuesta, y comencé a subir poco a poco, disfrutando de cada paso en el ascenso, recuperando sensaciones que hacía mucho tenía olvidadas. Ascendía, me paraba, hacía fotos, observaba a mi alrededor... ¡¡disfrutaba!! Esta variante de la ruta, además, me permitía acceder a mejores vistas desde el principio del camino, ya que cuanta más altura ganaba, mejor perspectiva tenía del entorno, y en lo alto de la cresta veía las montañas de Alto Campoó y todo el valle hacia Reinosa, además de toda la meseta, y hasta la Sierra de la Demanda que aparecía a lo lejos al este. Aunque con alguna nube que la tapaba, también podía divisar el Castro Valnera y las cimas de su alrededor. Casi arriba del todo de la cresta vi a tres personas que me antecedían, y que fueron todo el trayecto a cierta distancia por delante, sin que pudiera darles alcance, aunque tampoco era mi objetivo, y mis numerosas paradas para descansar y echar fotos no lo hicieron posible. Esta variante me llevó más tiempo del que sería el recorrido normal, pero mereció la pena, ya que siempre es bonito descubrir rincones nuevos y caminar por terreno desconocido, aunque sólo sea en parte. Había tramos totalmente helados, y otros donde había que esquivar piedras que asomaban del suelo. Así, fui subiendo cada pequeña elevación del cordal que me llevaba al collado, para poder tener las mejores vistas, y cuando enlacé con la ruta normal, me desvié hacia el sur para ascender una pequeña cima al este de la principal, en vez de tomar el camino directo. La nieve estaba bastante dura, aunque el repecho era corto. Arriba el viento pegaba más que en el resto del camino, dejando sentir bastante el frío. De aquí bajé hasta el collado situado justo al pie del último repecho hacia la cumbre. Cuando llegué arriba del todo no había nadie, pues a todos los que me precedieron me los crucé de vuelta mientras yo subía todavía. Eso me dejó tiempo para saborear mejor las vistas, aunque al cabo de un rato llegó un pequeño grupo de gente, pero a mí ya no me importaba. Después de un pequeño vistazo al mapa y darle matarile al turrón de chocolate inicié el camino de regreso por el recorrido normal, siguiendo el rastro de todos aquellos que se habían asomado por aquella montaña ese día. Espero que los dos chavales que me encontré en el regreso y que subían sin crampones no hayan tenido que buscarles en el Carrión, como uno de ellos decía. El camino de regreso desde El Golobar hasta el coche se me hizo más largo de los que esperaba, en parte por las rozaduras de las botas, que se habían convertido a esas alturas en heridas dolorosas por estar deshabituado a ellas.
En fin serafín, que cambié la roca por la nieve y el hielo, y mereció la pena.
En la cresta, al fondo la Sierra de la Demanda.
Hielo
Picos de Europa al fondo
Estalactitas de hielo
Monolito de la cima del Valdeecebollas. Al fondo Espigüete y Curavacas.
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